Un legado muy presente para afrontar el futuro
Desde el inicio de la historia, en las tierras de la DO Montsant han convivido con armonía la actividad humana y el respeto por el entorno. Incluso en el ámbito espiritual. La sierra de Montsant ha sido, y en cierto modo aún es, refugio de personas que han cultivado la dimensión espiritual de sus vidas. Como los eremitas que, haciendo honor al nombre de la sierra, la han poblado desde el siglo XII.
Los romanos ya elaboraban vinos en esta tierra, los monjes cartujos impulsaron el cultivo de la vid en toda la comarca y en el siglo XIX los vinos de la tierra de Montsant conseguían reconocimientos en las exposiciones universales, en todo el mundo.
La DO Montsant es una tierra donde el paisaje y el vino han ido de la mano a lo largo de los siglos y donde incluso las viñas viejas, cuidadas como auténticos tesoros, tienen Historia con mayúsculas. Una Historia que, con empuje y entusiasmo renovado, camina hacia el futuro.
Desde su creación a finals de 2001, la DO Montsant y sus bodegas han tenido que enfrentarse a un gran reto: hacerse un hueco en el competitivo y exigente mercado del vino. Ha costado y cuesta porque es un reto constante, que se debe encarar manteniéndose fiel a una filosofía. Y en el territorio Montsant, con 1.900 hectáreas y una producción global de 5 millones de botellas, somos fieles a la calidad y la singularidad del producto, y a su vínculo con el territorio.
La semilla de esta diferenciación es la apuesta por las variedades autóctonas. La garnacha y la cariñena, en los suelos de Montsant, junto con el clima y el buen hacer de viticultores y bodegas, acaban configurando unos vinos excelentes.
Equilibrio entre el viñedo y la bodega
En esta búsqueda de la excelencia la otra parte del mérito corresponde a bodegas, viticultores y enólogos. Los vinos de la DO Montsant son fruto de una tradición centenaria y de los conocimientos académicos actuales. Son productos artesanales, en los que la mano del hombre interviene en todo el proceso de elaboración, un proceso que es el resultado de un equilibrio irrenunciable entre el campo y la bodega. El viticultor cuida con mimo el viñedo para legar al enólogo la mejor uva, aquella que permite crear vinos apreciados en todo el mundo