Los egipcios fueron pioneros en atribuir la calidad de un vino a su origen. Casi 4000 años después, a mediados del siglo XX, el Arreglo de Lisboa (1958) definió la denominación de origen como el nombre geográfico que se utiliza para designar un producto, la calidad del cual se debe en exclusiva o fundamentalmente al territorio que conforma una región determinada. La procedencia geográfica es, sin duda alguna, uno de los atributos más importantes que se consideran a la hora de escoger un vino.
En Europa, el vino es el producto pionero en materia de denominaciones de origen protegidas (DOP). El vínculo existente entre el producto y el territorio se explica a través del terruño (situación geográfica, geomorfología y climatología); las viñas y las variedades de uva; la cultura (historia, tradición y saber hacer) y los tipos de vinos que gozan de este reconocimiento. En todos los lugares del mundo, donde el conreo de la viña es posible, son tan enormes las posibilidades de interacción de todos los elementos que caracterizan estos aspectos que es prácticamente imposible encontrar dos vinos finos iguales.
En nuestros tiempos, la Unión Europea establece las principales directrices que deben regir la GARANTÍA DE ORIGEN Y CALIDAD de los productos protegidos por una indicación geográfica o DOP, nombrada tradicionalmente, en el caso de los vinos, “denominación de origen” (DO). Son estos vinos los únicos que ofrecen información certificada sobre su procedencia geográfica y distintos atributos cualitativos. Todos los requisitos que deben poder acreditar las bodegas y los vinos protegidos están recogidos en un documento único, el Pliegue de Condiciones de la DO “Terra Alta”.
La DO “Terra Alta” fue reconocida provisionalmente el año 1972. Juntamente con Alella, Conca de Barberà, Empordà, Penedès, Priorat y Tarragona, es una de las siete denominaciones de origen históricas de Cataluña. La tradición en la producción desde tiempos inmemoriales, unos municipios con vida e identidad vitivinícola propia, el patrimonio familiar de viñas y bodegas –muchas veces asociado al cooperativismo, la pasión, la humildad y el esfuerzo en el trabajo- son las características más destacables de las costumbres que las mujeres y los hombres intentan expresar a través de los vinos “Terra Alta”.
Posiblemente y a pesar de la importancia y la calidad de los vinos tintos, el testimonio más evidente de esta cultura se debe buscar en el vino blanco. Durante la primera mitad del siglo XIX, el célebre escritor Joan Perucho, e incluso Pablo Picasso, sabían que los vinos de la Terra Alta se distinguían entre vírgenes o brisados (estos últimos obtenidos por la fermentación de uva blanca, entera y pisada), ambos blancos. Y según palabras de Jaume Ciurana, estos vinos sobrevinieron “proverbiales”. Y memorables, la mayoría, en el imaginario catalán.
Recientemente, a mediados de los 90, la profesionalización del sector vitivinícola y la incorporación progresiva de la excelencia en esta cultura están haciendo de la DOTA un distintivo en constante evolución y refinamiento. Una marca de referencia para quien busque complacerse en la cultura del vino sin renunciar al sabor y al espíritu.
La Denominación de Origen Terra Alta es la más meridional de Cataluña. Esta región interior ha estado íntimamente vinculada al vino desde hace casi 1.000 años. Autores de la época ya destacaron la personalidad de los vinos de la Terra Alta en 1.296 y 1.319. Una personalidad que se manifiesta en su gente y en su forma de entender la vida.
La Garnacha es la gran apuesta de la Terra Alta, superando el 40% de la producción de esta DO, siendo la garnacha blanca la variedad estrella. Un tercio de la producción mundial de garnacha blanca nace en esta comarca. Los vientos cerç y garbí peinan la Terra Alta favoreciendo la maduración de las uvas, refrescándolas durante el caluroso verano y previniendo enfermedades. Los viñedos crecen en terrazas irregulares sobre un suelo mayoritariamente calcáreo y pobre en materia orgánica. El clima es mediterráneo con influencias continentales.